No obstante aquella indiscutible Babilonia sobrevive el amor apasionado que hace volar, callar y dar la sensaci—n de olvidar. Un amor loco, afortunado, sin fundamentos, perdidamente enamorado que da la posibilidad de sentirse un fantasma; que danza insaciablemente entre las calles nocturnas iluminadas de farolitos amarillos que donan sombras a los perros callejeros durmientes en la aceras. Un amor que encontr— un refugio para alimentar a otro amor que vive en las entra–as de un vientre materno entre la nieve fr’a de una ciudad lejana en la regi—n Lombarda de una Italia madura, austera y sobria. Un amor contagioso contemplativo de la vida, un amor que tiene su fruto, un amor que dopa, que solo sabe a amor y que instiga a quien no se enamora.